Estaba nerviosa, impaciente, el sudor
corría por su cara pero estaba decidida a hacerlo. Ordeno la casa y dejo la
comida a su esposo. Este regresaría dentro de cuatro horas. Así que aprovecho
ese momento para ir a un encuentro de amor.
Esta mujer había conocido a un hombre con
el que mantenía encuentros secretos, era infiel a su marido y aunque sabía que actuaba
mal y podía ser condenada por esos actos, no le importaba. Aseguraba que si
sabía hacer las cosas bien, nadie podía descubrir ese romance. Igual su esposo
no la hacía sentir feliz, ni querida. Busco amor en este hombre que supo
brindarle comprensión y una vida de aventuras y riesgos. Se justificaba en
esto.
Un grupo de personas sospechaban de lo que
hacía esta mujer mientras no estaba su marido, así que se emprendió una cacería
para descubrirla. En el momento justo fue sorprendida en pleno acto. Su cara de
terror y miedo era evidente. Lo que tanto temía se hizo real.
Las leyes de la época establecían que si
una mujer era conseguida en el acto de adulterio, esta debía ser apedreada
hasta provocar su muerte.
Sin embargo, esta mujer fue llevada hasta
el Maestro para ser juzgada. Jesús ni siquiera levantó la mirada para verlos,
sin embargo, sus palabras fueron contundente “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”
(Juan 8:7 NVI). Al escuchar estas palabras, cada uno se retiró, no quedando
allí ni uno.
Ni
una sola piedra.
En la historia de Juan 8:1-7 la mujer
adúltera no recibió ninguna piedra de los que la acusaban. Las palabras de
Jesús retumbo e hizo ruido en la gente que la señalaba. “Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro…” (Juan 8:8)
Jesús nunca condenó ni juzgo a la mujer
(Juan 8:11). La lección que el maestro enseño fue sorprendente. Aquellas
personas juzgaban los pecados de una mujer sin ni siquiera ver el de ellos. Se
deleitaban en sus faltas solo porque su pecado era público.
El
“montón de piedras”
Muchos conocemos la historia de Juan 8 y
de lo que paso en ese momento. Sin embargo, hoy en día muchos han estado actuando
como los acusadores de este relato. Probablemente no hemos condenado a un
delincuente a piedras, pero si hemos emitido palabras de juicios contra
alguien. Eso es una pedrada.
Cada señalamiento, cada crítica y cada
juicio hacia alguien es una piedra que lanzas contra esa persona. Llegas pues a
un momento donde te acostumbras tanto a lanzar piedras que te conviertes en una
persona acusadora, de juicio y de críticas. Creas “Un montón de piedras” que
golpean y derriban.
Jesús nunca haría eso. Aunque tuvo el
momento para hacerlo, no lo hizo, más bien perdonó y restauró.
Debemos de preocuparnos más por ayudar,
levantar, animar y restaurar. Analizar la situación y pensar en el daño que puede
ocasionar mi juicio a esa persona. Sin ni siquiera imaginar el problema o la
situación que está atravesando. Ni ponernos en sus zapatos.
Las piedras golpean y dañan. Y si es
lanzada por ti con gran fuerza puede “matar”, dañar y destruir. Dios nos ha
enseñado es a amar.
Dice la biblia, “…Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad la paja
del ojo de tu hermano (Mateo 7:5)”. Fijemos nuestra mirada en nuestros
propios pecados y nuestras faltas. Sobre esas cosas debemos de actuar y no en
los errores de los demás.
Si Jesús no juzgo, ¿Quiénes somos nosotros
para hacerlo? ¡No arrojemos más piedras! Arrojemos compasión, amor, comprensión,
solidaridad, una mano amiga para levantar. Eso le agrada a Dios.
Que interesante nunca había visto esa historia de esa forma. Nos hemos convertido en unos expertos lanzadores de piedras.
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