Cuando Dios se mostró abiertamente como nunca antes a su pueblo - La Pluma de un Ángel

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domingo, 17 de febrero de 2019

Cuando Dios se mostró abiertamente como nunca antes a su pueblo


¿Por qué no interviene Dios más? ¿Por qué no alimenta directamente a los hambrientos, sana a los enfermos y detiene las guerras? Si Dios existe, ¿por qué no se manifiesta un poco más?

Las personas que se hacen esas preguntas con frecuencia suponen que si Dios se revelara en forma espectacular, todas las dudas desaparecerían. Todos estarían dispuestos a creer en él.

 Y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel.   (Éxodo 24:17)

Reacciones asombrosas
Exodo nos habla de un tiempo en el que Dios se manifestó claramente. Las plagas de Egipto habían revelado su gran poder. Un milagro recurrente proveyó alimento para los israelitas cada mañana. Y si surgieran preguntas acerca de la existencia de Dios, los que dudaron sólo tenían que mirar la siempre presente nube gloriosa o la gran columna de fuego.

En esos días debe haber sido muy dificil ser ateo. Sin embargo cada ejemplo de la fidelidad de Dios parecía convocar una infidelidad humana sorprendente.

Los israelitas mismos que habían visto que Dios aplastaba al faraón, se pusieron a temblar ante las primeras señales de los carros egipcios. Tres días después de haber escapado milagrosamente a través del Mar Rojo, estaban quejándose contra Moisés y Dios por las provisiones de agua. Un mes después, cuando los dolores del hambre empezaron a hacer mella en sus estómagos, se quejaron amargamente.

Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. (Éxodo 16:3)

Dios respondió con una provisión de maná (que, continuaría durante 40 años) y codornices, pero los israelitas muy pronto empezaron a quejarse nuevamente acerca de la provisión de agua.

La gran rebelión
Exodo 32 nos muestra el peor aspecto de los israelitas. La gente que se había desayunado con maná, que había acordado solemnemente respetar todo el contenido del pacto, que en ese momento estaba de pie ante una montaña agitada por la presencia del Señor, esa misma gente procedió a fundir sus joyas de oro y a violar en forma chocante el primer mandamiento.

"Duros de cerviz" llamó Dios a los israelitas cuando se encendió en ira contra ellos. Sólo la intervención elocuente de Moisés salvó la vida del pueblo.

La historia de los israelitas debe servir para enterrar el argumento de que las grandes muestras del poder de Dios garantizarían la fe. (Jesús diría más tarde: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos", Lucas 16:31.)

La gente que tuvo pruebas diarias del poder de Dios sólo demostró una cosa: la monótona consistencia de la naturaleza humana. Los culpables pagarían por sus actos vagando 40 años en el desierto desolado, mientras crecía la generación nueva e incontaminada que los reemplazaría. Pero comenzaba a manifestarse un patrón de conducta: si los israelitas le habían fallado a Dios a la sombra del monte Sinaí, ¿cómo podrían escapar de la sedu ción de nuevas culturas de la tierra prometida?

La generación nueva también le fallaría a Dios, al igual que todos sus descendientes. Como Pablo argumentaría en forma tan convincente en la carta a los Gálatas, el antiguo pacto sólo tendría éxito al demostrar, más allá de toda duda, la necesidad de un nuevo pacto.

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