Y el centurión, que estaba frente a Jesús, al oír el grito y ver cómo murió, dijo: —¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios! (Marcos 15:39)
Los acontecimientos de la vida de Jesús —su nacimiento en un pesebre, su muerte en una cruz— pueden resultamos tan conocidos que no llegamos a captar plenamente su sentido. Están demasiado cerca de nosotros. Al pensar en ellos, a veces es útil dejar que la mente se libere y recurra a imágenes totalmente nuevas.
A un grupo de estudio bíblico se le pidió que sugiriese imágenes que se le pudieran aplicar a Jesús. Las primeras que rompieron la superficie fueron las más comunes: un pastor, un cordero, una puerta. Y luego, inesperadamente, apareció una metáfora totalmente inédita: "fuegos artificiales al revés".
Todos se dieron vuelta, sorprendidos, para mirar a la señora que había hablado. "Piénsenlo bien", dijo ella. "Los fuegos artificiales explotan con colores brillantes y deslumbrantes y con fuertes estampidos, y sin embargo comienzan en un muy común paquete empapelado.
Cuando Dios se hizo hombre sucedió todo lo contrario. El creador de todo lo que hay en el universo se confinó a sí mismo a un poco notable paquete humano".
Cuando lo imposible sucedió
Ninguna circunstancia de la vida de Jesús se ajusta más a la comparación hecha por esta señora que su ejecución en las afueras de Jerusalén. La idea era inconcebible, aun para los seguidores más allegados a Jesús. ¿Morir el Hijo de Dios? ¿Cómo puede suceder algo así? ¿Podía el creador de todas las cosas sucumbir ante su creación?
Los discípulos que le habían sido fieles en toda otra confrontación ahora lo dejaron. No tenía sentido que Jesús, el Mesías, muriese. Sólo bastante tiempo después vendrían otros pensamientos a tomar el lugar que les correspondía: memorias de las costumbres de Antiguo Testamento que apuntaban en forma misteriosa a la cruz, profecías de un Mesías que era Rey pero también siervo sufriente (Isaías 53).
La muerte era, después de todo, la razón principal por la que Jesús había venido al mundo; él había insistido en ello desde el principio.
La semana más importante
La última semana impacto tanto a los discípulos que los cuatro cronistas de su vida, Marcos inclusive, dedicaron un tercio de todo lo escrito a esa semana final en Jerusalén. Cuando finalmente escribieron sus evangelios, ellos ya podían ver su muerte bajo otra luz: como un lóbrego preludio al más grande de todos los milagros, su resurrección. Pero aun así, nada podía borrar el impacto de esos días finales de dolor y lágrimas. Para cuando se hubo alzado esa extraña oscuridad y Jesús hubo dadó su último suspiro, los discípulos habían aprendido algo profundo acerca de Dios y acerca del amor.
Dorothy Sayers, la famosa escritora, lo expresó de esta manera:
"Sea cual fuere el juego que él juega con su creación, él ha cumplido sus propias reglas y ha jugado limpio. No puede pedir nada del hombre que el no haya exigido de sí mismo. El mismo ha pasado por toda la experiencia humana, desde las irritaciones triviales de la vida familiar y las restricciones impuestas por el trabajo duro y la falta de dinero hasta los peores horrores del dolor y de la humillación, derrota, desesperación y muerte. Cuando él fue hombre, vivió como hombre. Nació en la pobreza y murió en desgracia, y consideró que bien valió la pena" (de Cartas cristianas para un mundo post cristiano, Dorothy Sayers).
En ningún otro momento de la historia parecieron los fuegos artificiales tan impotentes como el día en que Jesús murió. Es que todavía no habían sido encendidos.
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