Jesús, el poder de un nombre - La Pluma de un Ángel

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miércoles, 13 de febrero de 2019

Jesús, el poder de un nombre



Los cristianos hablan "en nombre de Jesús". Pero esa conocida frase tal vez no sea suficientemente clara para algunos. La posición del cristiano es parecida a la del funcionario que escribe una carta como representante del gobierno. Sus palabras tienen más poder y eficacia que si la carta hubiera sido enviada solamente en nombre del firmante.

Pero una cosa es representar al gobernante de un país, y muy otra es representar a Dios y a su nombre. Sin embargo, eso es precisamente lo que Jesús tenía en mente para sus seguidores.

El había escogido gente común como Jacobo y Andrés para llevar su nombre y representarlo ante el mundo. Así como un gobernador o presidente delega autoridad en personas que actúan en su nombre, del mismo modo Jesús le dio a sus seguidores su propia autoridad y poder.

El tiempo que a Jesús le quedaba en la tierra se iba acabando. Lucas 9:51 dice que él "afirmó su rostro para ir a Jerusalén", donde tendría que morir. Sólo le quedaban unas pocas semanas para adiestrar a esa gente que el dejaría en el mundo para llevar su nombre: "cristianos". Jesús usó esas semanas para darles a sus discípulos un curso intensivo.

Los capítulos 9 a 19 de Lucas contienen muchas de las cosas que Jesús hizo y dijo que no aparecen en ningún, otro libro de la Biblia. Primeramente envió a los Doce, y luego a otros 72 discípulos, a anunciar su mensaje a todos los que quisieran oírlo. Estos capítulos contienen las últimas instrucciones detalladas de Jesús a sus seguidores

Instrucciones finales

Y todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Juan 14:13

Todas las circunstancias de la vida de Jesús aumentaron en intensidad durante ese mortal trayecto a Jerusalén. Mientras él le daba sus últimas lecciones a su pequeño grupo de discípulos, la curiosa multitud observaba desde todas las direcciones, a veces hasta pisándose mutuamente.

Desde dicha multitud surgían los fariseos con sus difíciles y tramposas preguntas, tratando de hacerlo caer. Jesús no suavizó su lenguaje a causa del peligro. Al contrario, enfatizó el gran costo de seguirle. Con frecuencia hablaba de la oración, el vínculo vitalizador de la iglesia con Dios.

Más adelante, el apóstol Pablo diría que nosotros, la iglesia, formamos en realidad el cuerpo de Cristo en el mundo. Al venir al mundo, y luego al dejarlo, Jesús le dio comienzo a un capítulo totalmente nuevo de la historia del mundo. Y mientras se preparaba para partir, le encargó a sus discípulos —a los discípulos y a nosotros— la tarea, de representarle. Lo cierto es que llevamos su nombre.

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