Jeremías, El renuente mensajero de Dios - La Pluma de un Ángel

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miércoles, 13 de febrero de 2019

Jeremías, El renuente mensajero de Dios

Jeremías se sentía atemorizado e inseguro, pero en su corazón ardía un mensaje
No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Jeremías 1:8 


Jeremías tuvo una de las vidas más dramáticas de la Biblia y eso ya es mucho decir. Pero nunca aprendió a gustar del papel que le tocó desempeñar. En medio de todas las emociones y excitaciones él siguió siendo renuente, inseguro y muchas veces infeliz.

Dios lo escogió para estar "sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar" (Jeremías 1:10).

Para lograr esto, Jeremías contaba con un recurso único, su boca. ¿Cómo respondió a tan tremendo desafio? "¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no se hablar, porque soy niño" (Jeremías 1:6). No dio un paso adelante; a duras penas permaneció donde estaba. Y trató de deshacerse de esa tarea.

Su único aliento fue la promesa de Dios: "Yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra" (Jeremías 1:18). 

Durante 40 años Jeremías formuló advertencias a los más altos oficiales del gobierno, advertencias que ellos aborrecían oír y que se negaban a obedecer. Varias veces lo arrestaron y lo echaron en prisión; casi lo mataron.

¿Su mensaje? Con el visto bueno de Dios, los salvajes babilonios se lanzarían sobre Judá. Hábiles alianzas con poderes tales como Egipto no servirían, decía Jeremías. Tampoco serviría la tibia religión de Judá. La única esperanza estaba en renovar una alianza con el Dios viviente.

Una visión turbadora de la mente de Jeremías

El libro de Jeremías no se destaca por su bella poesía ni por sus grandes ideas. Su poder está en que nos permite dar una turbadora mirada a la mente de Jeremías.

Jeremía hablaba como un hombre que ha despertado de una pesadilla, convencido de qúe esa pesadilla se convertirá en realidad. Sus palabras eran golpes de maza cuya intención era romper el cráneo más duro e indiferente.

Aunque deseaba estar tranquilo, la palabra de Dios quemaba en su corazón "como un fuego ardiente metido en mis huesos" (Jeremías 20:9).

Ningún profeta expresó sus sentimientos más abiertamente que Jeremías. Su relación con Dios estuvo marcada por reyertas, reproches y estallidos de genio. Le dijo a Dios que prefería estar muerto (Jeremías 20:14-18).

Acusó a Dios de no ser confiable (Jeremías 15:18). Pero Dios no le ofreció conmiseración. Al contrario, le prometió más de lo mismo, recordándole a Jeremías su promesa de permanecer a su lado (Jeremías 12:5-6; 15:19-20).

La relación entre ambos, y sin pasar por alto las dudas, es uno de los mejores ejemplos de qué significa seguir a Dios a pesar de todo.

Causa de temor

Jeremías de veras temía a la muerte. Se cansó de hacer el ridículo. Aborrecía tener que estar solo contra toda la multitud. Le dijo a Dios lo que sentía. Pero igualmente obedeció a Dios y al fin su mensaje resultó ser cierto. 

Jeremías demostró ser un hombre mucho más grande que aquellos reyes en palacios lujosos que lo pusieron en prisión y quemaron sus escritos.

Declaró un amargo mensaje en tiempos sombríos; por lo tanto, sus palabras no son siempre agradables de leer.

El nos recuerda que el mensaje de Dios no es siempre consolador y alentador. Quienes desoyen su mensaje tienen buena razón para temer.

Para el mundo que le desafia, Dios prepara juicio. Y nadie, ni siquiera sus mensajeros escogidos, escaparán al sufrimiento. Pero la presencia de Dios los hará lo suficientemente fuertes como para enfrentarlo.

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