Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: ¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si el SEÑOR es Dios, seguidle; y si Baal, seguidle a él. (1 Reyes 18:21).
Pocas escenas de la Biblia son más dramáticas que ésta. Las fuerzas del mal y las fuerzas del bien chocan de frente. Un polvoriento profeta del desierto se enfrenta solo a un rey y a casi mil sacerdotes poderosos.
Elías había aparecido en escena tres años antes. Como una aparición salvaje e inquietante, parecía haber salido de la nada para acechar las calles escalonadas de la Samaria afluente. Vestido con piel de camello negra, establecía un contraste chocante con los sacerdotes de Baal en sus túnicas de lino blanco y sus bonetes puntiagudos.
Voceaba un mensaje de desastre sencillo y poco popular: "No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (1 Reyes 17:1)." Se trataba de una afrenta directa contra los seguidores de Baal, que creían que su dios podía controlar el clima.
Después de propalar su mensaje, Elías desapareció. Durante tres años fue el fugitivo más buscado de Israel, ya, que solamente él tenía el poder de hacer llover. Y más tarde, en la escena que se describe en el capítulo 18 de 1 de Reyes, el profeta Elías regresó a Samaria.
El desafío de Elías
Israel se encontraba en una encrucijada. Otros reyes habían introducido la idolatría en la religión del pueblo, pero el Rey Acab y la infame Reina Jezabel iban mucho más allá. Querían eliminar todo culto de adoración al Dios verdadero.
El profeta Elías demostró ser un adversario digno. Su nombre mismo significaba "Jehová es mi Dios". El propuso una prueba, un certamen definitivo para demostrar quién era el Dios verdadero. El libro de 1 Reyes presenta la escena en todo su colorido, incluyendo las contorsiones desesperadas de los sacerdotes y el comentario sarcástico y burlón de Elías.
Al fin, ni siquiera llegó a ser un certamen. Dios desató una muestra espectacular de poder rudo. Elías fue uno de los más coloridos de todos los profetas de Israel. Sufrió ataques de depresión y de dudas acerca de su capacidad, pero durante los momentos de crisis demostró un valor personal asombroso. El choque en el Monte Carmelo fue solamente un signo del gran drama que se estaba desarrollando.
Entonces Elías les dijo a los profetas de Baal:
—Ya que ustedes son mayoría, elijan primero su toro, prepárenlo y pidan en el nombre de sus dioses, pero sin prenderle fuego al sacrificio.
Así que los profetas tomaron el toro que la gente les dio y lo prepararon. Oraron a Baal hasta el mediodía. Le pidieron a gritos: «¡Baal, por favor, contéstanos!» Pero sólo hubo silencio, no hubo respuesta mientras los profetas bailaban alrededor del altar que habían construido.
Al mediodía, Elías comenzó a reírse de ellos. Les dijo:
—¡Griten más fuerte! Si él es dios, tal vez esté ocupado o quizá esté haciendo sus necesidades o tal vez salió por un rato. A lo mejor está durmiendo y si oran un poco más fuerte lo despertarán.
Y comenzaron a gritar más fuerte y a cortarse con cuchillos, espadas y lanzas hasta sacarse sangre, como era su costumbre. Se hizo tarde, pero el fuego todavía no aparecía. Los profetas continuaron profetizando hasta llegar el momento de hacer el sacrificio de la tarde, pero no pasó absolutamente nada. Baal no hizo ni un ruido. No contestó nada. Nadie los escuchaba.
Entonces Elías le dijo a todo el pueblo:
—Reúnanse conmigo.
Así que todo el pueblo estuvo junto a Elías. El altar del SEÑOR había sido destruido, así que Elías lo arregló. Elías encontró doce piedras, una por cada una de las doce tribus nombradas por los doce hijos de Jacob, a quien el SEÑOR había llamado Israel. 32 Elías usó las piedras para arreglar el altar en honor al SEÑOR. Después hizo una zanja alrededor del altar que podía contener quince litros de agua [a]. Luego Elías acomodó la madera en el altar, cortó el toro en pedazos y los colocó sobre la madera. Entonces les dijo:
—Llenen cuatro jarrones de agua y derramen toda el agua sobre los pedazos de carne. Luego Elías dijo:
—Háganlo de nuevo.
Después dijo:
—Háganlo por tercera vez.
El agua corrió hasta llenar la zanja alrededor del altar.
Al llegar el momento del sacrificio de la tarde el profeta Elías se acercó al altar y oró así: «SEÑOR, Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Ahora te pido que des una prueba de que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo. Muéstrales que tú me ordenaste que hiciera todo esto. SEÑOR, atiende mi oración, muestra a la gente que tú, SEÑOR, eres Dios. Así la gente sabrá que tú los estás haciendo volver a ti».
Así que el SEÑOR hizo bajar fuego que quemó el sacrificio, la madera, las piedras e incluso la tierra alrededor del altar. El fuego también secó toda el agua de la zanja. 39 Todo el pueblo vio esto, se postró y comenzó a decir: «¡El SEÑOR es Dios! ¡El SEÑOR es Dios!»
Entonces Elías dijo:
—¡Atrapen a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno!
Así que la gente los capturó y Elías los llevó al arroyo Quisón y los mató a todos.
Elías vivió durante uno de los brotes mas grandes de milagros de la historia bíblica. Dios estaba haciendo sonar su advertencia final al Reino del Norte. 1 Reyes 18:25-40
Los héroes verdaderos de Israel
El escritor del libro de Reyes había comenzado a registrar la historia de los líderes ungidos por Dios. Pero a medida que los soberanos, y luego los sacerdotes, se fueron corrompiendo, el libro fue centrando sus observaciones en profetas como Elías. Ellos emergen como los héroes verdaderos de Israel.
Para Israel, los profetas no eran simples predicadores o poetas, sino eran canales del poder de Dios mediante la palabra y la acción. Servían en la primera línea de la lucha entre el bien y el mal. Con el pasar del tiempo, la importancia de los profetas alcanzó a la de los reyes y llegó a superarla. Los reyes llegaban y se iban, pero el mensaje de los profetas perduraba.
Voces en el desierto
Ya fuera que sirvieran en el gobierno o que ocasionalmente viniesen del desierto, los profetas verdaderos sólo rendían cuentas a Dios. Denunciaban a otros profetas, los "falsos" profetas, empleados del rey, que generalmente le decían al rey lo que éste deseaba oír.
No todos los profetas dejaron mensajes escritos. (Elías y Eliseo, por ejemplo, no lo hicieron.) Pero los escritos proféticos que sobrevivieron constituyen 17 libros del Antiguo Testamento y la mayoría de ellos procede de la época descrita en 1 y 2 Reyes.
Los profetas hablaron de un Dios que obraba en la historia para cumplir su voluntad en el mundo. A veces parecía guardar silencio. Otras veces obraba lenta y misteriosamente. Pero a veces, Dios intervenía en forma directa y espectacular, haciendo una demostración abierta de su poder. Y cuando lo hacía, había por lo general un profeta metido en medio de la situación —como Elías en el Monte Carmelo.
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