Mientras que su contemporáneo, Isaías, entraba y salía libremente del palacio del rey, nada hay en lo que Miqueas escribe que indique él se moviese en tales circulos.
Pareciera que este muchacho pueblerino, supo mantener su sentido de la perspectiva. La sangre y la violencia de su época no lo agobiaron; tampoco se dejó intimidar por la gente rica y poderosa. Hablaba como una persona que hubiera visto el mundo a través de los ojos de Dios.
Miqueas vivió en una de las épocas más oscuras de la historia de Israel, un tiempo de guerra cruel. Hacía ya, mucho tiempo que la nación se había dividido entre el Reino del Norte y el Reino del Sur. Miqueas vio desatarse la guerra entre ambos reinos, con 120.000 muertos en el Reino del Sur (2 Crónicas 28:6), sin mencionar las víctimas del Reino del Norte.
Luego Asiria, la brutal potencia guerrera de la época, aplastó al Reino del Norte tras un asedio de tres años a su capital, Samaria. Sólo un milagro, pudo evitar que ésos mismos ejércitos asirios entraran en Jerusalén (2 Crónicas. 22). Pero, ¿por cuánto tiempo permanecería libre el Reino del Sur?
El pecado del Sur
Miqueas no tenía dudas acerca como interpretar estos acontecimientos caóticos. Dios había castigado a la nación norteña de Israel por los pecados que se resumen en 2 Reyes 17:16-17: idolatría, adoración de Baal, sacrificios rituales de niños, magia y encantamientos.
Ahora estas mismas actividades se iban infiltrando hacia el sur, penetrando en Judá, y de tal manera que Miqueas con repugnancia se refirió a Jerusalén, llamándola "lugar alto", nombre que se daba al sitio tradicional para la adoración a los ídolos paganos (Miquéas 1:5).
El mismo juicio que había descendido sobre el norte caería sobre Judá si la gente seguía desobedeciendo a Dios.
Otros relatos históricos dan más detalles acerca de los pecados del país del sur. Describen cómo el Rey Acaz colocó un altar extranjero en el templo de Dios, alterando la construcción del templo"por causa del rey de Asiria" (2 Reyes 16:18).
Entregó a su propio hijo como sacrificio humano y cerró el templo de Dios: elevando altares en todos los rincones de Jerusalén (2 Crónicas 28:3, 24-25). Y a la par de esta corrupción religiosa llegó toda clase de pecados: deshonestidad (Miqueas 6:1041), soborno (3:11), injusticia (2:2) y , una desconfianza que destruía familias (7:5-6).
Más allá de las tinieblas
Sin embargo, Miqueas veía una luz a la distancia. Percibió un majestuoso Dios que gobierna sobre todo suceso, que castigó a su pueblo sólo para purificarlo y restaurarlo. Así como formuló algunas de las francas predicciones de destrucción que hay en la Biblia, también hizo algunas de las más claras predicciones del Mesías, el líder que vendría a salvar a Israel.
La perspectiva de Miqueas abarcaba no solamente los hechos de su tiempo sino también sucesos distantes en el futuro, tiempo en que las naciones "martillarán sus espadas para azadones" (Miqueas 4:3).
Miqueas miró sin temor las tinieblas por venir. Pero su perspectiva —la perspectiva de Dios— le permitió ver más allá de las tinieblas.
"Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porqué aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz" (Miqueas 7:8).
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