¿Habrá alguna guerra que pueda ser considerada santa? - La Pluma de un Ángel

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lunes, 18 de febrero de 2019

¿Habrá alguna guerra que pueda ser considerada santa?

Guerra Santa. Irónicamente, este término se aplica a las guerras más crueles y sangrientas. Y muchas veces —demasiadas veces— los cristianos han estado en el centro de tales guerras.

Hay algo irracional y aun repugnante acerca de una guerra santa. Canaliza las mejores energías de la religión hacia uno de los peores actos de la naturaleza humana. Y sin embargo, nadie que lea la Biblia puede dejar de notar las guerras santas que aparecen en el Antiguo Testamento.

Entonces dijo el Señor a Josué: No temas a causa de ellos, porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante de Israel; desjarretarás sus caballos y quemarás sus carros a fuego. (Josué 11:6)

Libros enteros se han escrito sobre este problema y ningún artículo breve puede llegar a abarcar todas sus facetas. Pero los lectores modernos necesitan alguna información de fondo que les ayude a entender por qué una guerra santa tan feroz es presentada bajo un enfoque tan favorable.

Una tierra prometida a los israelitas
El tipo de guerra que libraron los israelitas encaja con las condiciones duras prevalentes en las guerras en aquel entonces. Los informes egipcios y asirios de la misma época se jactan de ejecuciones en masa, de torturas y del arrasamiento sistemático de ciudades.

Pero la participación de Dios da pie a preguntas muy inquietantes. Él ordenó personalmente la destrucción de siete naciones cananeas, sin dejar sobreviventes. ¿Por qué?

El Antiguo Testamento deja en claro que los cananeos no iban a ser arrancados de la tierra simplemente por un capricho repentino. Dios había prometido la tierra a los israelitas unos 400 años antes de Josué.

El había llamado a un hombre Abraham, para que fundase una nación conformada por un pueblo escogido. Repitió esas promesas con frecuencia y finalmente sacó a los israelitas de Egipto para enviarlos a conquistar la tierra prometida. Casi desde el principio Canaán había sido una parte vital del plan de Dios. 

Castigo postergado
Sin embargo, el cumplimiento de la herencia de Israel significaba la expulsión de los cananeos. Pero, ¿cómo era posible apartar sin más ni más a gente inocente, o matarla? En respuesta a esta pregunta, la Biblia deja bien en claro que los cananeos no eran "inocentes". Por su historia larga de pecado, ellos habían perdido su derecho a la tierra.

Cuatrocientos años antes de Josué, Dios le había dicho a Abraham que sus descendientes no ocuparían la tierra prometida hasta que el pecado de sus habitantes llegara al colmo de su maldad.


Y en la cuarta generación ellos regresarán acá, porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la iniquidad de los amorreos (Génesis 15:16)

Más tarde, pocos días antes del comienzo de la campaña de Josué, Moisés había declarado algo importante,

"No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob" (Deuteronomio 9:5).

Los arqueólogos e historiadores han descubierto evidencia abundante de esta corrupción. Los templos cananeos se caracterizaban por sus prostitutas, sus orgías y sus sacrificios humanos. Reliquias y bajorrelieves de órganos sexuales de tamaño exagerado dan indicios de la inmoralidad que caracterizaba a Canaán.

Los dioses cananeos, tales como Baal y su esposa Anat, se deleitaban en las matanzas y el sadismo. Los arqueólogos han hallado grandes cantidades de cántaros que contenían los huesos pequeños de niños sacrificados a Baal. Las familias que ambicionaban tener buena suerte en un nuevo hogar practicaban el "sacrifido del cimiento". Mataban a uno de sus hijos y sellaban el cuerpo en el mortero de la pared. En muchos aspectos, Canaán se había convertido en un lugar semejante a Sodoma y Gomorra.

La Biblia deja bien en claro de que Dios tiene paciencia con las culturas decadentes durante cierto tiempo, pero que el juicio llega inevitablemente.

Para Sodoma y Gomorra, este juicio tomó la forma de fuego y azufre. A Canaán el juicio le llegó a través de los ejércitos conquistadores de Josué. Más tarde, Dios permitiría que su propio pueblo fuese saqueado por invasores, como castigo por sus pecados.

El veredicto pronunciado sobre Canaán parece severo, pero no es más severo que el que eventualmente se pronunciaría sobre el mismo Israel.

El problema de la contaminación 
Los israelitas no podían simplemente asentarse como vecinos nuevos entre las ciudades cananeas existentes: Desde el tiempo en que las tribus habían hecho un becerro de oro mientras Moisés recibía los Diez Mandamientos (Éxodo 32), los israelitas habían demostrado una debilidad fatal frente a la contaminación desde el exterior.

Parecían ser particularmente vulnerables ante los pecados del sexo y de la idolatría, las especialidades nacionales de Canaán.

La historia posterior de Israel ofrece una prueba negativa del por qué Dios ordenó la destrucción total de los cananeos. La frase condenatoria que aparece en Josué, "y no los arrojaron" anticipa problemas para el futuro y el libro que le sigue, Jueces, relata los resultados devastadores.

Los israelitas se fueron deslizando hasta llegar a uno de sus niveles morales más bajos por no haber cumplido con la misión original de limpiar la tierra de sus elementos impuros.

Una lucha que va más allá de las naciones
Al mirar hacia atrás y considerar esta época, nos inclinamos a ver las batallas de Josué como luchas nacionales o raciales: los israelitas contra la gente de Canaán.

Pero la Biblia presenta esta guerra como una lucha más amplia: una guerra entre los que seguían a Dios y los que se le oponían.

Cuando Dios juzgaba a grupos grandes, tal como lo hizo con el mundo en los días de Noé o cuando lo hizo con Sodoma y Gomorra, las pocas personas que le permanecieron fieles encontraron un modo de escapar.

En Josué hay una historia bella que todavía se destaca: la historia de Rahab, una no israelita. Ella era una cananea típica que trabajaba como prostituta profesional, pero que no obstante aprendió primero a temer al Dios de Israel y más tarde a confiar en él. Ella fue salvada en la caída de Jericó. Además se casó con un israelita importante y se convirtió en uno de los antepasados del mismo Mesías, Jesús.

Rahab declaró que otras personas de su ciudad, Jericó, habían vivido atemorizadas durante cuarenta años temiendo el juicio del Dios de Israel. Sin embargo, solamente ella dio el paso adicional de buscar ayuda. Si otra gente de Canaán se hubiese arrepentido y vuelto a Dios, posiblemente también hubiesen escapado al castigo, tal como Rahab.

Las guerras santas de hoy
Hay un hecho acerca de una "guerra santa" que es muy evidente. No podemos fundamentar una guerra santa en ninguna situación presente apelando a una guerra especificamente ordenada por Dios.

En el Antiguo Testamento, Dios tenía un trato especial con una nación en particular, Israel, para lograr un propósito declarado de antemano. Pero todo cambió cuando el Mesías finalmente surgió de aquella nación.

Los seguidores de Jesús vivían todos en el mismo territorio capturado por Josué, la "tierra prometida". Pero en cuatro ocasiones, al decir sus últimas palabras, Jesús mandó a sus discípulos alejarse de Jerusalén e ir al mundo. Vayan, les dijo, no como ejércitos conquistadores sino como portadores de buenas nuevas que tienen vigencia para todos los pueblos, todas las razas, todas las naciones.

Cualquiera que busque en el libro de Josué un argumento razonable para una guerra santa debe también mirar hacia adelante y ver a Jesús. Aunque estaba embarcado en una cruzada santa, eligió estar en contra de los medios violentos. Es más, prefirió su propio sufrimiento y muerte. No hay nada en el Nuevo Testamento que dé apoyo a un guerrero religioso.


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